
Los de mi religión no podemos sino darle la razón. Por supuesto que el nuestro es un dio falso. Siendo una iglesia pobretona, tuvimos que comprarlo en un todo a un euro. Y claro, comprenderán que así no hay forma.
De tan barato, nuestro dios no hace grandes milagros. Ni siquiera medianos. Algún reintegro del cupón de la Once, de San Juan a Corpus, todo lo más. Somos tan pobres que ni siquiera recibimos subvenciones del Estado, ni tenemos liberados en cada barrio a cargo del erario público. Por eso no poseemos grandes locales, ni monumentos, ni valles de los caídos. Nosotros somos nuestro propio templo, digamos.
Por no tener, ni siquiera tenemos paraíso: no nos alcanza el presupuesto. Mucho menos infierno: no se imaginan ustedes lo caros que salen todos esos efectos especiales. Claro que, ahora que lo pienso, no estoy seguro de si la religión verdadera lo sigue teniendo o lo ha clausurado definitivamente. Aunque, entonces, ¿de qué hay que salvarse?
En fin, tampoco nos alcanza para santificar zares o piononos, que eso es cosa de mucha enjundia. En cambio hemos beatificado el bar de Pepe, que es un tipo enrollado. Ni siquiera tenemos dictadores a los que entrar bajo palio, pero a veces le prestamos un paraguas a maestro Juan el carnicero, que tiene un carácter tremendo.
Somos una religión tan paupérrima que tampoco nos llega para torturas, ni para quemar en la hoguera, ni para cruzadas o guerras santas. A lo más que llegamos es a echar unas reñidísimas partidas de zanga.
Pero no vayan a creer que no nos hacemos preguntas trascendentales y afrontamos grandes misterios, como toda religión. Ya saben: ¿a dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Hay vida inteligente en el cosmos? ¿Qué pasa con la Unión Deportiva? ¿Hay vida inteligente en la Tierra? ¿Hasta cuándo seguiremos soportando a los tele autonómica? ¿Existió Tindaya, o fue una alucinación colectiva? ¿Es el Inem un portal a otra dimensión?
No, para respuestas no nos alcanza, qué le vamos a hacer. Señor, señor, qué cruz.
Chipude, de Rodolfo Santana
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