Al amanecer el océano vomita
llamaradas de luz sobre las calles,
escupiendo fotones feroces
contra los arrecifes de los rascacielos.
Más abajo, el rumor de toses
y motores de arranque
anuncia la diminuta marea humana.
Condicionados por miles de naufragios,
hombres y mujeres se apresuran
a tomar café, corren somnolientos
a venderse en el mercado
de trabajo, se cruzan sin mirarse
en un vértigo desolado.
Un día más
la desesperación se pone en marcha.
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