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sábado, 25 de octubre de 2014

Liderazgo

La burguesía fabrica sus propios líderes. Los dota de cargos más o menos rimbombantes, los unge de "carisma" a base de publicitarlos en sus medios de comunicación. Los líderes burgueses son presentados como "amigos del pueblo", pero encumbrados en altas cimas de responsabilidad. Esto es: "todo para el pueblo, pero sin el pueblo", salvo cada cuatro años cuando en época electoral se ponen en mangas de camisa y besan niños a diestro y siniestro.

Pero la burguesía también "fabrica" los líderes de la oposición que les interesa, y cuando le interesa. Sería ingenuo pensar que no interviene en qué tipo de oposición le conviene. Desde luego, no juega a la neutralidad. Por eso deberíamos estar atentos a sus jugadas, y no interpretar el mundo a través de los telediarios y las tertulias de los medios del enemigo.

A diferencia de los líderes burgueses, un líder revolucionario no necesita ser guapo ni tener un "pico de oro". Tampoco requiere cargos ni fanfarrias. Su fuerza no es otra que la que le da el pueblo. No es un jefe burocrático, formal. No le preocupa su buena imagen –que será atacada y denigrada en cualquier caso por los medios burgueses–, ni prioriza novedosas técnicas de mercadotecnia electoral.

Pongamos el ejemplo de Lenin. Nunca fue secretario general ni nada por el estilo. No era especialmente guapo. Ni siquiera era un brillante orador: los había mucho mejores en las filas bolcheviques. La mayor parte de las veces estaba en minoría –pero sabía estar en minoría–. Su cara no era conocida. Los obreros sólo sabían de él por sus artículos, repartidos en fábricas, granjas y trincheras. Era la fuerza de sus argumentos, la claridad con que se adecuaban de forma certera a la realidad rusa, lo que le convirtió en líder.

De hecho, cuando la noche del 6 al 7 de noviembre de 1917 intentó entrar en el Instituto Smolny de San Petersburgo –antiguo colegio "para Nobles Doncellas", donde se reunía el Congreso de los Soviets y desde donde se dirigía la revolución–, los guardias de la puerta no le dejaron pasar. "Soy Lenin", les explicó. "Claro", le contestó uno de ellos, "y yo soy la zarina de Rusia". Finalmente, en un barullo en la entrada, consiguió colarse dentro.

Como se dice, lo demás es historia.

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