Uno está en contra de todas las guerras. De todas las formas de guerra. Incluso simpatiza con los métodos de resistencia activa no violenta de Gandhi. Ya saben, el tipo aquel bajito que echó al poderoso ejército británico de la India sin disparar ni un solo tiro. Pero una vez que empieza una guerra, sobre todo si se trata de una ocupación militar, las simpatías tienen que estar con la soberanía popular.
Con la resistencia frente al invasor. Con los independentistas españoles frente a las tropas napoleónicas (y eso que traían la libertad y la democracia a la España absolutista). Con los maquis franceses frente a la Wehrmacht. Con los guerrilleros de toda Europa frente a los nazis. Quienes, por cierto, los calificaban de "terroristas". Ahora mismo, con los partisanos afganos frente a las fuerzas de ocupación. Con la resistencia nacional iraquí frente a los saqueadores de petróleo. Con los guerrilleros frente a la poderosa maquinaria de guerra estadounidense. Con los ciudadanos frente a los asesinos en masa, esos aguerridos militares que asesinan a hombres, mujeres y niños.
Lo siento por los desgraciados (pobres, negros y chicanos) que conforman el ejército de ocupación. Y que mueren cada día haciendo de matones de las megacorporaciones usamericanas. Los grandes jefes blancos están a salvo en sus despachos a miles de kilómetros de distancia. La guerra no ha hecho más que empezar. Y ahí van, en plan colaboracionista, preparando el envío de más soldados españoles a matar y a morir por los negocios de otros.
Así y todo, sigo estando de corazón con el pueblo iraquí. Con el pueblo afgano. Me seguirá dando perna cada vez que lleguen ataúdes de desgraciasos soldados ocupantes a los aeropuertos militares europeos o norteamericanos. Incluso a los canarios. Pero más pena me da quienes tienen que defender la independencia de su país en las condiciones terribles de una guerra de liberación prolongada.
Sé que puede parecer muy poco patriótico. Pero mi patria está en las desoladas planicies de Mesopotamia o en las montañas afganas. En sus ciudades ocupadas. En la dignidad de los pueblos alzados. Con la Resistencia, o sea.
Con la resistencia frente al invasor. Con los independentistas españoles frente a las tropas napoleónicas (y eso que traían la libertad y la democracia a la España absolutista). Con los maquis franceses frente a la Wehrmacht. Con los guerrilleros de toda Europa frente a los nazis. Quienes, por cierto, los calificaban de "terroristas". Ahora mismo, con los partisanos afganos frente a las fuerzas de ocupación. Con la resistencia nacional iraquí frente a los saqueadores de petróleo. Con los guerrilleros frente a la poderosa maquinaria de guerra estadounidense. Con los ciudadanos frente a los asesinos en masa, esos aguerridos militares que asesinan a hombres, mujeres y niños.
Lo siento por los desgraciados (pobres, negros y chicanos) que conforman el ejército de ocupación. Y que mueren cada día haciendo de matones de las megacorporaciones usamericanas. Los grandes jefes blancos están a salvo en sus despachos a miles de kilómetros de distancia. La guerra no ha hecho más que empezar. Y ahí van, en plan colaboracionista, preparando el envío de más soldados españoles a matar y a morir por los negocios de otros.
Así y todo, sigo estando de corazón con el pueblo iraquí. Con el pueblo afgano. Me seguirá dando perna cada vez que lleguen ataúdes de desgraciasos soldados ocupantes a los aeropuertos militares europeos o norteamericanos. Incluso a los canarios. Pero más pena me da quienes tienen que defender la independencia de su país en las condiciones terribles de una guerra de liberación prolongada.
Sé que puede parecer muy poco patriótico. Pero mi patria está en las desoladas planicies de Mesopotamia o en las montañas afganas. En sus ciudades ocupadas. En la dignidad de los pueblos alzados. Con la Resistencia, o sea.
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