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sábado, 29 de noviembre de 2014

Teología de la pederastia

La pederastia y otras depravaciones no son una anécdota en la ICAR (Iglesia Católica Apostólica Romana). Desde que el emperador Constantino se apropió de la entonces pequeña secta para convertirla en religión oficial, la ICAR no es sino una religión de Estado, fundamentada en el control de la actividad sexual de las personas y en la alianza con el "poder secular", esto es, con la clase dominante, que cristianizaba manu militari.

Cuando a inicios de la Edad Media se convirtió en un poder feudal, y para garantizarse que los dineros y riquezas no se les fueran de las manos en herencias y repartos de tierras, la ICAR dio una vuelta de tuerca más e impuso el celibato a sus sacerdotes –con la excepción de los curas católicos del rito copto, que a día de hoy siguen casándose con las bendiciones del Estado Vaticano–.

Esa obsesión de control omnímodo explica el empeño de la ICAR en impedir la libertad sexual, los métodos anticonceptivos, el aborto o el condón. No tratan de "defender la vida", sino su propio e ilimitado poder de injerencia para impedir el sano disfrute de la sexualidad.

Esta enfermiza y sistemática represión sobre una actividad esencial del ser humano, esta necesidad de dictadura tiránica sobre lo más íntimo, deriva, necesariamente, en burda depravación y graves disfunciones psiquiátricas. Por ejemplo, la pederastia que, de forma sistemática, se extiende por la Iglesia en todos los países del mundo. La enorme cantidad de casos denunciados delata una conducta generalizada –por no hablar de los no denunciados–.

Es lógico: lo que no se vive con naturalidad, aflora como perversión. Hasta en los gestos y el tono de voz melifluo que tanto conocemos. Ya saben: "dejad que los niños se acerquen a mí".

En el Estado español, que a la Contrarreforma y la Inquisición superpuso cuarenta años de dictadura nazi-fascista bajo el palio de la ICAR, denunciar los casos de pederastia, el que el cura te "metía mano", ha tropezado sistemáticamente con la vergüenza de las víctimas en una sociedad del más casposo machismo, y en lo inimaginable de atreverse a denunciar ante una justicia nacional-católica totalmente aherrojada.

Sacudirse la chibichanga más de dos veces, después de mear, era vicio, nos enseñaban. Pero lo que verdaderamente es pecado es no sacudirnos esta lacra medieval de una santísima vez. Porque la pederastia no es la excepción, sino la consecuencia inevitable de la ideología y las imposiciones católicas.

El Concordato es un infierno, o sea.

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