La lluvia empapada en tierra
cae sobre los muros
sucios de hollín y de tristeza,
mientras el calor inunda
los pulmones de la multitud.
De pronto
una mirada cegadora desde el otro lado
de la calle. Algo animal y magnético
te asalta. Vuelves a ser el simio
que caminaba erguido en la sabana.
A través de la calle indiferente
llega su palpitación de sangre,
el desencadenamiento de las hormonas,
el agridulce olor humano,
el asalto de las feromonas.
La ciudad no te ha domado. Hinchas
el pecho, exhibes disimuladamente
la arquitectura de tus huesos,
un cierto contoneo contenido y salvaje.
Ella desaparece en una ráfaga
inabarcable. Un escalofrío.
Sigues caminando, solitario,
agazapado.
cae sobre los muros
sucios de hollín y de tristeza,
mientras el calor inunda
los pulmones de la multitud.
De pronto
una mirada cegadora desde el otro lado
de la calle. Algo animal y magnético
te asalta. Vuelves a ser el simio
que caminaba erguido en la sabana.
A través de la calle indiferente
llega su palpitación de sangre,
el desencadenamiento de las hormonas,
el agridulce olor humano,
el asalto de las feromonas.
La ciudad no te ha domado. Hinchas
el pecho, exhibes disimuladamente
la arquitectura de tus huesos,
un cierto contoneo contenido y salvaje.
Ella desaparece en una ráfaga
inabarcable. Un escalofrío.
Sigues caminando, solitario,
agazapado.
1 comentario:
Un precioso elogio de lo poco que nos va quedando de genuino.
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