
Nuestra obra no sólo se ve condicionada por esta realidad, sino que sería inexplicable sin ella. Neruda no fue un rapsoda ciego que contaba guerras muy antiguas a gentes que desconocían que la tierra era redonda, ni Omar Jayyam hubiese podido cantar a los remaches de acero del puente de Brooklyn con la blusa amarilla de dandy de Maiakovski. Luis León Barreto no es un sacerdote taoísta chino; Alonso Quesada no era un príncipe zulú.
Independientemente de ello, determinados escritores sobresalen de su época; abren un espacio en el que todas las mujeres y los hombres nos reconocemos, más allá de nuestros paisajes o nuestro tiempo. Sin embargo, incluso esos maravillosos creadores han padecido los rigores o las ventajas de su país y de su momento histórico, al igual que fueron varones o mujeres, tuvieron los ojos azules o el pelo ensortijado, sufrieron heridas en guerras crueles o pasaron hambre en sótanos inmundos.
Silvio Rodríguez canta Te doy una canción
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