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viernes, 14 de noviembre de 2008

Apoteosis de la modernidad

Es Baudelaire quién da contornos nítidos a la modernidad estética, que se expande entonces por las corrientes vanguardistas. Y que alcanza su máxima expresión en el Café Voltaire de los dadaistas y, poco después, en el surrealismo.

Podemos caracterizar esta modernidad por la actitud que fue tomando en la transformación de la conciencia de la época. Y que se expresa en las metáforas espaciales de la vanguardia, que avanza hacia un futuro desconocido, pero aún no conquistado ni medido. Esta orientación hacia delante, este culto a lo nuevo, viene a significar la glorificación de la actualidad, la sobrevaloración de lo pasajero, de lo efímero. Es el anhelo de un presente inmóvil.

Esta pretensión de romper el continuo histórico, explica su fuerza para oponerse a los estándares de la tradición. Es la rebelión contra toda normativa, que desnuda a la obra de arte tanto de su moralidad como de su utilidad práctica. Y, por ello, la escenificación continua de la provocación, del escándalo y de la profanación.

Sin embargo, el credo modernista perdió adeptos. Ya en 1967, Octavio Paz afirmaba que "la vanguardia de 1967 repite las gestas y los gestos de 1917. Vivimos el fin de la idea de arte moderno". Se pasó así a hablar de postvanguardismo y, casi inmediatamente, de postmodernismo.


Speak Low de Kurt Weill, con arreglos de Rodolfo Santana

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