Estamos habituados a oír que los em-presarios son “emprendedores”, que hay que subvencionarlos para que “creen puestos de trabajo”. Un favor que nos hacen contratándonos y quedándose con buena parte de la riqueza que producimos con nuestro trabajo. Desde La Reserva Federal estadounidense hasta el Banco Central Europeo, se regala dinero público a los grandes bancos que se habían hecho de oro y ahora pasan dificultades. El propio gobierno español regala miles de millones a los promotores inmobiliarios para que estos puedan pagar a los bancos. Eso sí, lo hacen “en beneficio de todos”, para “evitar males mayores”.
La idea general es que los capitalistas son los verdaderos seres humanos, a los que hay que apoyar y proteger desde el Estado para que ellos decidan cuándo y dónde invertir, a quién contratar o despedir. Los verdaderos dueños de su destino (y del de los demás). Todas las leyes, los jueces, la policía y hasta el Ejército, están a su servicio. Y al de sus beneficios. Al fin y a la postre, cuanto más se enriquezcan ellos, más posibilidades hay de que los demás recojamos las migajas. Si a ellos les va bien, vienen a decir, a los demás nos irá bien.
Junto a esos “verdaderos seres humanos”, conviven animales domésticos, Ah, y trabajadores. Dado el carácter benéfico de los burgueses, se preocupan de que esos proletarios tengan, en general, lo suficiente para sobrevivir. Y puedan ir a trabajar a sus empresas, claro. Para que los capitalistas puedan realizar esa labor humanitaria, hay que remover las trabas que le impiden que esos benefactores contraten o despidan a su gusto, y lo más baratito posible. Tienen derecho a disponer “libremente” de lo que es “suyo”.
Hay que comprender que los capitalistas “arriesgan”. Unos riesgos consistentes en que se pueden arruinar, Dios no lo permita, y entonces tendrían que buscar trabajo como los infrahumanos trabajadores. Todo el dinero de nuestros impuestos y las congelaciones salariales que hagan falta para que no tengan que sufrir esa ignominia.
Una vez garantizada la felicidad de los verdaderos seres humanos, el Estado verá la posibilidad de atenuar las peores consecuencias sobre los ilotas. Si tras embolsillarse fabulosos beneficios alcanza, y si no qué le vamos a hacer. No se pueden hacer tortillas sin cascar huevos. Los parados, por ejemplo, deben sacrificarse y sufrir. A todos nos da pena, pero hay que someterse al “imperio de la ley” y respetar las “instituciones democráticas”. El Estado no está para garantizarles trabajo y comida, que eso “promociona el gandulismo”. Y para que incluso esos no-humanos disfruten, ya les ponemos fútbol, que además nos reporta dinero.
Sólo un peligro amenaza este mundo feliz: los malvados comunistas que pretenden hacer con los trabajadores lo que el Orfeo de Matrix hacía con Neo: darle a elegir la pastilla de la cruda realidad, sumiéndolos en la insatisfacción y la rebeldía. Y esa “subversión del orden constitucional” no podemos permitirla.
La idea general es que los capitalistas son los verdaderos seres humanos, a los que hay que apoyar y proteger desde el Estado para que ellos decidan cuándo y dónde invertir, a quién contratar o despedir. Los verdaderos dueños de su destino (y del de los demás). Todas las leyes, los jueces, la policía y hasta el Ejército, están a su servicio. Y al de sus beneficios. Al fin y a la postre, cuanto más se enriquezcan ellos, más posibilidades hay de que los demás recojamos las migajas. Si a ellos les va bien, vienen a decir, a los demás nos irá bien.
Junto a esos “verdaderos seres humanos”, conviven animales domésticos, Ah, y trabajadores. Dado el carácter benéfico de los burgueses, se preocupan de que esos proletarios tengan, en general, lo suficiente para sobrevivir. Y puedan ir a trabajar a sus empresas, claro. Para que los capitalistas puedan realizar esa labor humanitaria, hay que remover las trabas que le impiden que esos benefactores contraten o despidan a su gusto, y lo más baratito posible. Tienen derecho a disponer “libremente” de lo que es “suyo”.
Hay que comprender que los capitalistas “arriesgan”. Unos riesgos consistentes en que se pueden arruinar, Dios no lo permita, y entonces tendrían que buscar trabajo como los infrahumanos trabajadores. Todo el dinero de nuestros impuestos y las congelaciones salariales que hagan falta para que no tengan que sufrir esa ignominia.
Una vez garantizada la felicidad de los verdaderos seres humanos, el Estado verá la posibilidad de atenuar las peores consecuencias sobre los ilotas. Si tras embolsillarse fabulosos beneficios alcanza, y si no qué le vamos a hacer. No se pueden hacer tortillas sin cascar huevos. Los parados, por ejemplo, deben sacrificarse y sufrir. A todos nos da pena, pero hay que someterse al “imperio de la ley” y respetar las “instituciones democráticas”. El Estado no está para garantizarles trabajo y comida, que eso “promociona el gandulismo”. Y para que incluso esos no-humanos disfruten, ya les ponemos fútbol, que además nos reporta dinero.
Sólo un peligro amenaza este mundo feliz: los malvados comunistas que pretenden hacer con los trabajadores lo que el Orfeo de Matrix hacía con Neo: darle a elegir la pastilla de la cruda realidad, sumiéndolos en la insatisfacción y la rebeldía. Y esa “subversión del orden constitucional” no podemos permitirla.
John Lennon canta Working Class Hero (subtítulos en español)
1 comentario:
Bravo.
Buen comentario. Los puntos sobre las íes.
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