Cuentan que los generales que celebraban sus triunfos en Roma llevaban un esclavo en su carro. Y que mientras aquellos saludaban a la multitud, éste les recordaba al oído que la gloria es efímera. Y, sin embargo, a estas alturas sigue uno asombrándose con los afanes de tanta gente por el estatus, por la jerarquía. Ya saben: esa clasificación arbitraria de las personas por niveles. Por cierto grado de poder sobre los “inferiores”. O de dignidad, de pompa, de un nosequé.
Conocerán eso de que todos somos iguales, pero unos más iguales que otros. Los hay que se pirran por ser presidentes de algo. O publicargos, secretarios de esto o directores de aquello. Por una gorra de plato, en definitiva. Circula por ahí un cuento anónimo sobre una regata entre el equipo japonés de remo y el equipo español. Los nipones, con sus exóticas costumbres, llevan una tripulación compuesta por un jefe de equipo y diez remeros. Y los españoles terminan llevando un jefe de departamento, dos asesores del staff de gerencia, dos consultores externos, dos jefes de negociado con plus de productividad, tres jefes de sección y un remero –contratado temporal–. Cuando pierden por cuatro horas de diferencia, la culpa se le echa al remero.
Supongo que el único sentido práctico de jerarquizarse con respecto a los demás, es el referente a las ventajas materiales –de sueldo, de calidad de vida, sexuales–. Pero no crean: para la mayoría ya la cosa es pura abstracción. Se atosigan por ser el más de su de su calle, de su trabajo, de su escalera. Y esgrimen ante nuestras caras lujos, titulaciones, ropas, casa, coche... Lo que sea con tal de sentirse alguien: relaciones, palmaditas de gente “importante”, arrastramientos varios...
Otros, como ustedes, optaron hace tiempo por estar con la gente baja. Es decir, con los de abajo, los que sostienen el mundo. Saben que el triunfador siempre tiene el zapato en la cara de otro. Cuando ven a un tipo poderoso, ustedes se preguntan a costa de cuantos está viviendo. Si alguno se pega un viaje o una comida oficial –o ciertas subvenciones–, saben quienes pagan la cuenta. Cuando ven a alguno dándose importancia y marcando posición, se apenan un poco de él, porque lo consideran un completo imbécil. Sigan ustedes pasando de las jerarquías, que así les va, subversivos. Señor, señor, qué pirámide.
Conocerán eso de que todos somos iguales, pero unos más iguales que otros. Los hay que se pirran por ser presidentes de algo. O publicargos, secretarios de esto o directores de aquello. Por una gorra de plato, en definitiva. Circula por ahí un cuento anónimo sobre una regata entre el equipo japonés de remo y el equipo español. Los nipones, con sus exóticas costumbres, llevan una tripulación compuesta por un jefe de equipo y diez remeros. Y los españoles terminan llevando un jefe de departamento, dos asesores del staff de gerencia, dos consultores externos, dos jefes de negociado con plus de productividad, tres jefes de sección y un remero –contratado temporal–. Cuando pierden por cuatro horas de diferencia, la culpa se le echa al remero.
Supongo que el único sentido práctico de jerarquizarse con respecto a los demás, es el referente a las ventajas materiales –de sueldo, de calidad de vida, sexuales–. Pero no crean: para la mayoría ya la cosa es pura abstracción. Se atosigan por ser el más de su de su calle, de su trabajo, de su escalera. Y esgrimen ante nuestras caras lujos, titulaciones, ropas, casa, coche... Lo que sea con tal de sentirse alguien: relaciones, palmaditas de gente “importante”, arrastramientos varios...
Otros, como ustedes, optaron hace tiempo por estar con la gente baja. Es decir, con los de abajo, los que sostienen el mundo. Saben que el triunfador siempre tiene el zapato en la cara de otro. Cuando ven a un tipo poderoso, ustedes se preguntan a costa de cuantos está viviendo. Si alguno se pega un viaje o una comida oficial –o ciertas subvenciones–, saben quienes pagan la cuenta. Cuando ven a alguno dándose importancia y marcando posición, se apenan un poco de él, porque lo consideran un completo imbécil. Sigan ustedes pasando de las jerarquías, que así les va, subversivos. Señor, señor, qué pirámide.
Janis Joplin canta Maybe
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