Me pregunta una amiga, a través del correo electrónico, que para quién escribo estas cosas que les cuento. La respuesta fácil sería que, en primer lugar, para ella misma, puesto que me ha leído. Pero se merece algo más porque, en verdad, la pregunta es adecuada. También podría decirle aquello tan socorrido de que escribo "para mí mismo". Pero lo cierto es que, incluso el que en secreto anota el más íntimo de los diarios, siempre se escribe para que alguien te lea.
Detrás del rotulador o del teclado, uno parece adivinar rostros en la difusa cortina de hipotéticos lectores, de los "otros" que hay más allá del papel y de la tinta. Podría buscar una respuesta políticamente correcta. O académicamente aceptable. O ingeniosa.
Pero he aprendido que lo más demoledor es la pura y simple verdad. Sí, tengo que responder, escribo para alguien. Para los albañiles que se levantan de madrugada a construir ciudades. Y para los estudiantes que van y vienen por los pasillos de la Universidad: para ellos escribo. Escribo para los agricultores que cuidan la tierra y están hechos de su misma sustancia. Incluso para los grandes empresarios que han convertido su corazón en una máquina registradora.
Siempre tiene uno la esperanza de despertar sus sentimientos, encorsetados en cálculos y métodos de explotación. Escribo también para las compañeras, las madres, las hermanas, envueltas en espuma y en delicia. Para las cajeras de los supermercados, tan mal pagadas. Para los viejos que, por primera vez en sus vidas, disfrutan en los bailes del club de pensionistas. Escribo para los que no me leen o, simplemente, no saben leer. Para las gordas y para los gordos. Para los enamorados y los desenamorados. Escribo para los que vomitan angustia por las mañanas. Para el que murió acuchillado en una esquina cuando iba a cruzar el mundo. Para el que abrió la llave del gas y amaneció definitivamente pálido.
Escribo para los inmigrantes hacinados y sin derechos a la espera de ser deportados. Para los parados, para los derrotados, para los desesperados. Para quién no tiene salida. Escribo para los que malviven en chabolas o en chalets de lujo. Para los trabajadores y para los haraganes. Para los comprometidos y para los tibios. Escribo para los acomodados, para los amedrentados, para los inconsecuentes. Y para las mujeres y los hombres del futuro.
Ya ven, así de ambicioso soy: para todos escribo.
Detrás del rotulador o del teclado, uno parece adivinar rostros en la difusa cortina de hipotéticos lectores, de los "otros" que hay más allá del papel y de la tinta. Podría buscar una respuesta políticamente correcta. O académicamente aceptable. O ingeniosa.
Pero he aprendido que lo más demoledor es la pura y simple verdad. Sí, tengo que responder, escribo para alguien. Para los albañiles que se levantan de madrugada a construir ciudades. Y para los estudiantes que van y vienen por los pasillos de la Universidad: para ellos escribo. Escribo para los agricultores que cuidan la tierra y están hechos de su misma sustancia. Incluso para los grandes empresarios que han convertido su corazón en una máquina registradora.
Siempre tiene uno la esperanza de despertar sus sentimientos, encorsetados en cálculos y métodos de explotación. Escribo también para las compañeras, las madres, las hermanas, envueltas en espuma y en delicia. Para las cajeras de los supermercados, tan mal pagadas. Para los viejos que, por primera vez en sus vidas, disfrutan en los bailes del club de pensionistas. Escribo para los que no me leen o, simplemente, no saben leer. Para las gordas y para los gordos. Para los enamorados y los desenamorados. Escribo para los que vomitan angustia por las mañanas. Para el que murió acuchillado en una esquina cuando iba a cruzar el mundo. Para el que abrió la llave del gas y amaneció definitivamente pálido.
Escribo para los inmigrantes hacinados y sin derechos a la espera de ser deportados. Para los parados, para los derrotados, para los desesperados. Para quién no tiene salida. Escribo para los que malviven en chabolas o en chalets de lujo. Para los trabajadores y para los haraganes. Para los comprometidos y para los tibios. Escribo para los acomodados, para los amedrentados, para los inconsecuentes. Y para las mujeres y los hombres del futuro.
Ya ven, así de ambicioso soy: para todos escribo.
Bocas de Ceniza, de Rodolfo Santana
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