Tengo la sana costumbre de no responder a los insultos. Y eso que, cuando uno interviene en televisión, en radio o escribe artículos en Internet, soporta multitud de agresiones verbales, casi en su totalidad amparadas en el anonimato. Hay algunos que son "clientes habituales" del insulto y que, cuando no tienen algún artículo nuevo para desfogarse agraviando, deben aburrirse bastante.
Evidentemente, la mayoría de las injurias que recibo se deben a mis ideas. Molesta que uno sea rojo, y la baba anticomunista se despierta en algunos de forma irrefrenable. Peores son otros a los que, corroídos por una enfermiza envidia obsesiva, parece molestar simplemente que exista. Que me atreva a opinar sin contar con su beneplácito.
Los insultantes vía Internet parecen desconocer que se puede saber desde el ordenador del que disparan. Son tan inteligentes que hasta cambian de nick y envían artículos desde el mismo ordenador, como si el administrador del medio digital correspondiente no pudiera localizarlos.
La verdad es que no merecen la pena. Si esa agresividad se les libera por ahí, pues mejor. Al fin y al cabo, es una terapia como otra cualquiera.
También es cierto que otras personas discrepan fuerte pero educadamente. Para ellos todo mi respeto. Y casi siempre mi reflexión sobre lo que dicen. En cualquier caso, quién insulta trabaja a favor del insultado: lo hace públicamente y, por eso mismo, se retrata.
Y hasta tienen alguna utilidad: ya me han solucionado la entrada de hoy, que estaba muy desganado.
Evidentemente, la mayoría de las injurias que recibo se deben a mis ideas. Molesta que uno sea rojo, y la baba anticomunista se despierta en algunos de forma irrefrenable. Peores son otros a los que, corroídos por una enfermiza envidia obsesiva, parece molestar simplemente que exista. Que me atreva a opinar sin contar con su beneplácito.
Los insultantes vía Internet parecen desconocer que se puede saber desde el ordenador del que disparan. Son tan inteligentes que hasta cambian de nick y envían artículos desde el mismo ordenador, como si el administrador del medio digital correspondiente no pudiera localizarlos.
La verdad es que no merecen la pena. Si esa agresividad se les libera por ahí, pues mejor. Al fin y al cabo, es una terapia como otra cualquiera.
También es cierto que otras personas discrepan fuerte pero educadamente. Para ellos todo mi respeto. Y casi siempre mi reflexión sobre lo que dicen. En cualquier caso, quién insulta trabaja a favor del insultado: lo hace públicamente y, por eso mismo, se retrata.
Y hasta tienen alguna utilidad: ya me han solucionado la entrada de hoy, que estaba muy desganado.
Carlos Varela canta Una palabra
[Lo que no se dijo sobre Cuba. Fidel Castro.]
[Garzón, ¿Por qué no visitas también las fosas comunes españolas? Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica]
[Dick Cheney juega con fuego nuclear. Alfredo Jalife-Rahme.]
[Algo de animal, algo de Dios. Pedro Flores.]
[Que no se me acerque Rouco. Beatriz Gimeno.]
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