
El deporte suele ser un mecanismo de salir de la pobreza y garantizarse un cierto futuro para muchas personas. Pero para ello deben rendir a niveles que están por encima de la capacidad de un ser humano habitual. Los jerifaltes deportivos y políticos y los dueños del circo mediático exigen cada vez más espectáculo.
Cuando a base de sacrificios y esfuerzos extremos consiguen algún éxito, siempre están allí para apuntarse el tanto y salir en la foto. La “España” imperial, la monarquía, el político de turno, se apuntan el éxito. Las corporaciones televisivas, radiofónicas y periodísticas incrementan sus ganancias. Unos se llevan una medalla falsificada (que ni es de oro, ni de plata, ni de bronce) y otros se lo llevan calentito, sin sudar.
Para el deportista, quedarse de pobre no suele ser una opción. Y si hay que tomar algo, se toma. ¿Acaso no han llegado a un acuerdo con la NBA usamericana para que sus jugadores no pasen controles antidoping? ¿No es verdad que los deportes de ricos sufren apenas controles, mientras se carga la mano con los deportes de pobres?
Los directivos deportivos, los grandes capitalistas y los políticos consumen toda clase de sustancias, pero se escandalizan porque una deportista quiera incrementar sus glóbulos rojos para poder salir del bé al bá.
Pero si esto es hipocresía, qué decir del cinismo del editorial de ayer del periódico español El País, que en su alucinada campaña contra la izquierda latinoamericana llega a calificar de “indigenismo excluyente y racista” al gobierno de Evo Morales. Por favor, que alguien les haga a estos imperialistas un control antidoping, que lo que se están chutando les sienta muy, pero que muy mal.
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