Me entero por el amigo Pedro Flo-res de que este pasado sábado murió en Madrid el poeta y africanista Antonio García Ysábal. Vinculado ya para siempre a Canarias, sus poemas, sus artículos de prensa, sus ensayos, sus narraciones, sus estudios sobre la poesía africana -incluida la canaria-, forman ya del patrimonio cultural de nuestro país.
Y como muestra vale un botón, comparto con ustedes este poema de su libro Revelación de Orfeo:
LA MÁSCARA
Antes de que esto acabe, me vestiré de modo
que ni aun yo, al mirarme, pueda reconocerme.
Pues una vez cruzado el límite del verbo
ya de nada te sirve saber cuál es tu máscara.
Hace años, no sé, pienso que eras muy niño,
me adentré, sin saberlo, por su oscura vereda
del desdén, y proscrita salvo para el insomnio.
¿Cuando inicié el camino? Sólo sé que ignoraba
reglas gramaticales, nadie me había instruido
su geografía y su música, y mi lengua era torpe,
como mis ojos legos o mis manos inútiles.
Sólo sé que pasó, pero no cuándo,
y que luego seguí, pero no cómo.
O si algún amigo de mi edad entonces
-aunque aquella experiencia no era un juego-
se atrevió a acompañarme al centro del olvido,
y pensó, como yo, que de haber sido árbol
sería junco en un río y, si águila,
un gorrión ahuyentando su miedo.
Tan sólo sé que un día me eché a andar
inexplicablemente, y ya no sé volver;
y si acaso intentara regresar al origen,
volvería a perderme, sin destino, alejándome.
Por eso, cuando acabe, al salir esta noche,
me vestiré de modo que nadie conocido pueda reconocerme.
Y como muestra vale un botón, comparto con ustedes este poema de su libro Revelación de Orfeo:
LA MÁSCARA
Antes de que esto acabe, me vestiré de modo
que ni aun yo, al mirarme, pueda reconocerme.
Pues una vez cruzado el límite del verbo
ya de nada te sirve saber cuál es tu máscara.
Hace años, no sé, pienso que eras muy niño,
me adentré, sin saberlo, por su oscura vereda
del desdén, y proscrita salvo para el insomnio.
¿Cuando inicié el camino? Sólo sé que ignoraba
reglas gramaticales, nadie me había instruido
su geografía y su música, y mi lengua era torpe,
como mis ojos legos o mis manos inútiles.
Sólo sé que pasó, pero no cuándo,
y que luego seguí, pero no cómo.
O si algún amigo de mi edad entonces
-aunque aquella experiencia no era un juego-
se atrevió a acompañarme al centro del olvido,
y pensó, como yo, que de haber sido árbol
sería junco en un río y, si águila,
un gorrión ahuyentando su miedo.
Tan sólo sé que un día me eché a andar
inexplicablemente, y ya no sé volver;
y si acaso intentara regresar al origen,
volvería a perderme, sin destino, alejándome.
Por eso, cuando acabe, al salir esta noche,
me vestiré de modo que nadie conocido pueda reconocerme.
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