Mi única experiencia en determinado cenáculo de esa burguesía fue con ocasión de la presentación de un libro colectivo, y no precisamente por mi elección. El salón estaba lleno, y me pareció sumamente extraño para un libro que sólo combinaba poesía y pintura. Acabadas las intervenciones, asistí atónito a una especie de apertura del Mar Rojo: las señoronas se abalanzaron cual marabunta sobre las mesas de canapés que estaban a un lado y los señorones sobre las del whisky que estaban al otro.
Dos o tres personas de mi familia que me acompañaban, con la dignidad proletaria que caracteriza a mi gente, se sonrojaban de vergüenza ajena ante el lamentable espectáculo que daban aquellos a los que, de seguro, no faltaba el dinero para comer o beber. En medio del abrevadero, parecíamos estatuas absolutamente aristocráticas (reconozco que hubiese quedado fetén mirarlos a todos con un monóculo), desdeñando a los que comían como una piara sólo porque el pienso era regalado.
Así que comprenderán que no me extrañe de que su visión de lo público sea pagar campañas a políticos para que les entreguen servicios públicos, les consigan licitaciones o les den subvenciones. O directamente les regalen el 90% de los impuestos que tendrían que pagar, RIC mediante.
Me quedo con los míos, que tienen que levantarse todos los días para ganarse el jornal. Con los que crean la riqueza y hacen andar el mundo. "Y la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser diferentes, serán diferentes". Todavía hay clases.
[La foto es de mis padres, Teodoro y Estela, pura estirpe proletaria]
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