Vives la soledad inmensa
que se dilata en retículas sin fin,
acorralado por tus errores y por el asfalto.
En la misma extensión que tú
otras criaturas malviven o trafican,
mientras el tiempo se impone a dentelladas.
Junto al mar, bajo las luces de sodio
de la noche, buscas sin cesar otra mirada,
una boca que comparta besos y saliva,
la caricia tibia de un reconocimiento.
Estás perdido. No suena la esperanza
para tu causa. Sólo el rumor de los andamios,
la palpitación de los martillos,
la balada de humo de las calles respirando.
Llegará el día en que la ciudad cante
en una escala cálida y humana,
llena de rostros amables
y barricadas.