La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
A las princesas de los cuentos de hadas sólo les preocupaba el amor. El amor a sí mismas, claro. Con ese cuento romántico vivían del cuento la princesa, el príncipe, la reina, el rey y toda la parentela. Aunque, para ser más preciso, es injusto acusarles de vivir del cuento, profesión honrada donde las haya. Digamos, más bien, que vivían del sudor de los siervos.
Es la realidad de toda la aristocracia y de toda clase explotadora. Lo del conde Drácula es algo más que una metáfora. Literalmente, han vivido de la sangre del pueblo. Y su dominio cruel, brutal y despótico sólo termina cuando ese pueblo pone en marcha la guillotina y acaba con la Edad Media.
Como en el Estado español la Historia no ha salido de las edades oscuras, todavía asistimos al espectáculo de princesas y reyes enriquecidos a costa del pueblo.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
Pero mis princesas, mis verdaderos príncipes y reyes, son las niñas y los niños que acuden cada día a clase sin haber comido, porque su pan se lo ha zampado la monarquía, los banqueros y sus bufones. Saldrá la infanta de ésta, que para eso el aparato de Estado está a sus pies (con sus cien alabardas). Pero, a la larga, todo este teatrillo de cartoné arderá por los cuatro costados.
Cuentan que el día del asalto a la Bastilla, el rey borbón preguntó: "¿Es una revuelta?". "No Sire", le contestó uno de sus ministros, "es una revolución".
La princesa está pálida.
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