Éramos delincuentes. Tipos fuera de la ley que cometíamos toda clase de delitos: pertenencia a organización subversiva, propaganda ilegal, pintadas, manifestaciones no autorizadas, resistencia y atentado a la autoridad, insultos a las instituciones del Estado, desobediencia… Vivíamos peligrosamente, y procurábamos ajustarnos a ciertas normas de seguridad: nombres de guerra para no poder delatar a las compañeras y los compañeros bajo la tortura, ni un nombre ni un número de teléfono por escrito, conversaciones telefónicas las mínimas y en un lenguaje elíptico, contacto con los camaradas después de cada acción para comprobar que no habían sido detenidos. Clandestinidad incluso ante nuestras familias y amigos, para no involucrarlos.
Eran los tiempos de la “democracia orgánica”, que era como se llamaba a sí mismo el fascismo. Ahora, en la “democracia inorgánica”, el partido fascista nos vuelve a obligar a tomar las mismas precauciones, poniéndonos de nuevo fuera de la ley. Pues nada, al lío: FASCISTAS HIJOS DE PUTA. O sea.
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