Nos miramos en el espejo y no nos reconocemos. Debajo de esta capa de arrugas de sufrimiento y tabaco, de achaques, años y tos, sigue latiendo aquella joven o aquel joven de veinte años, atrapado en un Retrato de Dorian Gray en carne viva. El trabajo alienado, la incertidumbre, el dolor en la rodilla, las responsabilidades, todos los barrotes que nos aprisionan mientras avanza el tiempo hasta sumirnos en la nada, en la comprobación implacable de que con la noche llega la oscuridad.
Resistimos no obstante. Persistimos. A golpes de voluntad y medicinas, de rabia o de ternura. Seguimos siendo muchachos, heridos, palpitantes.
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