
Con el tiempo, a medida que comprende que su reconocimiento jamás dependerá de la calidad de su escritura, o bien opta por rendir las pleitesías adecuadas y lamer los traseros convenientes, o bien termina despreciando el mundo del famoseo editorial y el mezquino reconocimiento académico.
En este último caso, se concentra en escribir, deleitándose con su arte. Como tiene cosas que decir, busca ante todo la eficacia del lenguaje. A medida que entiende mejor las cosas, puede expresarlas de forma más directa y sencilla. Aprende que escribir no es llenar folios, sino saber deshacerse de esa imagen, de este verso, de aquella ingeniosa metáfora que escribió con tanto esfuerzo y quedaba tan resultona.
Y entonces comienza a ser un verdadero escritor. El que empuña la palabra afilada como una espada.
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