Dirán ustedes que uno es un ñanga. Que aguanta poco la enfermedad. Cierto, los tíos somos así. Pero lo que realmente machaca a uno es esa costumbre irreductible de los médicos de nunca recibirte a la hora que has quedado con ellos. Parece que si no te hicieran esperar les diera un telele.
Lo cierto es que no me puedo quejar. Antes que yo había una simpática anciana a la que le dieron cita para unas pruebas ¡en agosto de 2009! La señora volvió para contarnoslo, con cierta risa sarcástica, como quien no se creía que fuera a llegar tan lejos.
Agradezco a los dioses que lo mío fuera una vulgar gripe, y que, de momento, no haya tenido que quedar atrapado en las pesadas ruedas del Servicio Canario de Salud. Pero ese día llegará, me temo. Lo que me llena de horror no es la perspectiva de la enfermedad ni de la muerte, sino la de batallar entre citas, papeleos y retrasos. Y es que cuando uno está más indefenso, es cuando más se ensañan.
Los ricos también enferman, pero ellos no tienen que pasar por esto.
Fito y Fitipaldis interpretan Abrazado a la tristeza
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