Son sagradas para nosotros las montañas,
y tras las montañas sólo hay el Gran Vacío.
Sobre estas tierras, a través del océano,
volando en la voz del siroco y la calima,
nos pusieron los dioses rapaces y luego nos olvidaron.
Ahora vivimos con el énfasis de la gasolina,
detrás de muros fríos en ciudades de espanto;
intentamos poblar de visitantes nuestros sueños inhabitados,
nos unimos como si tal cosa al bramido de la gente,
caminamos con pies, con ojos, con gafas, con zapatos,
sobre aceras rotas, por calles derretidas y sin recuerdo,
entre imbéciles que se creen agentes del orden,
mandados por corifeos que tornan trascendentales
y adoptan la mirada distante de los escribas persas.
Y aguantamos estoicamente al rebaño semanal
que nos llena las laderas de latas y basura de los hangares,
los adocenados comedores de mierda, los rostros pálidos
que necesitan de máquinas para sentirse fuertes.
Un gesto esperamos, una señal,
una mirada que nos ate a tu destino,
nosotros, que en el alma llevamos
los mil rojos de los montes de Ahaggar.
(De Exopiélago)
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