Reconocerán ustedes la escena. Un foráneo (pongamos un español), con su habitual capacidad dialéctica, intentando vender algo o convencer de algo a un canario. Nuestro hombre o nuestra mujer va contestando: "Jum... jum". Cuánto más empeño y más verborrea pone el alegantín, más parece acompañarle el canario con sus "jum". Al final, el otro se va convencidísimo de haberse llevado al lego al paisano. Y éste se queda pensando: "Jum... ¡A mí me la vas a pegar!".
No es falsedad ni hipocresía. Nuestro jum no es un asentimiento. O sí. Lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Un simple jum puede implicar todo un discurso de burla sobre lo dicho por un tercero. Fatalidad ante lo inevitable. Amenaza. Cualquier cosa. Pero no aleatoriamente. El contexto y, sobre todo, la entonación, determinan su significado en cada caso.
Se trata, sobre todo, de poner distancia entre el discurso del otro y nuestras propias reservas, pero sin ofender. Si ya se va perdiendo la práctica inversa (la de afirmar algo, pero procurando no molestar: "si le digo le engaño"), el jum sigue siendo la expresión más usada por los canarios.
Quién no ha sido entrenado desde la infancia en comprender ese lenguaje tan poco verbal, no es capaz de entender sus sutilezas. Es como encontrar nuestro acento muy cantarino: no, mis niños, es que aquí la entonación significa más que las palabras. Y si no, piensen en un "está bonito", y ya me dirán.
Pero también, reconozcámoslo, el jum pone de manifiesto nuestra arraigada incapacidad para decir "no". Para llevar la contraria abiertamente. Para rebelarnos. Porque hay otra escena que también reconocerán ustedes. Por ejemplo, cualquier aeropuerto en donde el vuelo ha sufrido una demora excesiva. Los que están protestando en el mostrador son españoles. Los que siguen sentados silenciosos y amaguados son canarios. Reclamar nuestros derechos es "montar el pollo". Quién protesta es un alborotador que altera la sufrida resignación de los demás. Un elemento peligroso del que hay que apartarse, no sea que nos meta en un follón.
Por eso soportamos unas listas de espera criminales en sanidad. Que el paro nos arrastre a la pobreza (y a la miseria). Que mezclen a nuestros hijos con niños de otros cursos para ahorrarse profesores, aunque su formación se vaya al carajo. Que los maestros sean sistemáticamente deportados. Que los servicios sociales no funcionen. Que hablar de "Justicia" sea un sarcasmo cruel. Pero nada, oye, somos europeos, que es lo que importa. Jum.
No es falsedad ni hipocresía. Nuestro jum no es un asentimiento. O sí. Lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Un simple jum puede implicar todo un discurso de burla sobre lo dicho por un tercero. Fatalidad ante lo inevitable. Amenaza. Cualquier cosa. Pero no aleatoriamente. El contexto y, sobre todo, la entonación, determinan su significado en cada caso.
Se trata, sobre todo, de poner distancia entre el discurso del otro y nuestras propias reservas, pero sin ofender. Si ya se va perdiendo la práctica inversa (la de afirmar algo, pero procurando no molestar: "si le digo le engaño"), el jum sigue siendo la expresión más usada por los canarios.
Quién no ha sido entrenado desde la infancia en comprender ese lenguaje tan poco verbal, no es capaz de entender sus sutilezas. Es como encontrar nuestro acento muy cantarino: no, mis niños, es que aquí la entonación significa más que las palabras. Y si no, piensen en un "está bonito", y ya me dirán.
Pero también, reconozcámoslo, el jum pone de manifiesto nuestra arraigada incapacidad para decir "no". Para llevar la contraria abiertamente. Para rebelarnos. Porque hay otra escena que también reconocerán ustedes. Por ejemplo, cualquier aeropuerto en donde el vuelo ha sufrido una demora excesiva. Los que están protestando en el mostrador son españoles. Los que siguen sentados silenciosos y amaguados son canarios. Reclamar nuestros derechos es "montar el pollo". Quién protesta es un alborotador que altera la sufrida resignación de los demás. Un elemento peligroso del que hay que apartarse, no sea que nos meta en un follón.
Por eso soportamos unas listas de espera criminales en sanidad. Que el paro nos arrastre a la pobreza (y a la miseria). Que mezclen a nuestros hijos con niños de otros cursos para ahorrarse profesores, aunque su formación se vaya al carajo. Que los maestros sean sistemáticamente deportados. Que los servicios sociales no funcionen. Que hablar de "Justicia" sea un sarcasmo cruel. Pero nada, oye, somos europeos, que es lo que importa. Jum.
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