En las escarpadas laderas de la política canaria, los machos entrechocan sus cornamentas, con las partidas presupuestarias esperando a aparearse con los ganadores. Mientras, en la espesura económico empresarial, los depredadores acechan a los más débiles, a los contratos públicos que aún no han empezado a andar por sí mismos.
Pero no, no vayan a creer ustedes que la política sigue las pautas de la naturaleza. Ni que en ella rige la evolución basada en la selección de los más aptos. Qué va: los acontecimientos se empeñan en demostrar lo contrario. Véanse, si no, las mociones de censura, los pactos y los repactos. Las rupturas y los ofrecimientos de los desagallados, cual moquetadictos por rastrojos. Los paños (calientes) y los apaños. Los partos y los repartos. Los descalabramientos y los nombramientos.
Desengañémonos: en este cerrado ecosistema funciona la teoría del darwinismo inverso. Cuya formulación, más o menos, viene a ser esta: toda persona sumergida en una organización política al uso, sufre un empuje hacia fuera directamente proporcional a su propia inteligencia, e inversamente proporcional a lo cuadrado de sus dirigentes.
Traducido a román paladino, quiere decir que, si usted es alguien con ideas, creatividad y criterio, lo tiene realmente crudo para evitar ser apartado, defenestrado, marginado, obligado a marcharse o directamente expulsado del partido. Si, además, concurre en usted el agravante de pensar con su propia cabeza, o de tener esa insoportable manía de la honradez a toda costa, los suyo ya es pura provocación.
De esta manera, asistimos a ese grandioso espectáculo de la progresiva selección de los más ineptos, más mediocres y, por supuesto, más adulones. Dado el suficiente tiempo histórico, esa selección contranatura conseguirá que, partiendo de una organización dirigida por homo sapiens, lleguemos a una ejecutiva de trilobites. En plan paleozoico total. En el proceso, seremos dirigidos por presimios. Luego por reptiles –que, haberlos, haylos–. Más tarde nos dominarán los anélidos, o sea, los gusanos –que también, también–. Y así sucesivamente.
Dicho esto, aprovecho para expresar por adelantado, y modestamente, mi agradecimiento por las nominaciones y premios que me van a llover por esta teoría. Dirán ustedes, que nos conocemos, que lo único que me voy a ganar es el odio de los políticos. Bah, no se preocupen: sólo el de aquellos que sepan leer.
Pero no, no vayan a creer ustedes que la política sigue las pautas de la naturaleza. Ni que en ella rige la evolución basada en la selección de los más aptos. Qué va: los acontecimientos se empeñan en demostrar lo contrario. Véanse, si no, las mociones de censura, los pactos y los repactos. Las rupturas y los ofrecimientos de los desagallados, cual moquetadictos por rastrojos. Los paños (calientes) y los apaños. Los partos y los repartos. Los descalabramientos y los nombramientos.
Desengañémonos: en este cerrado ecosistema funciona la teoría del darwinismo inverso. Cuya formulación, más o menos, viene a ser esta: toda persona sumergida en una organización política al uso, sufre un empuje hacia fuera directamente proporcional a su propia inteligencia, e inversamente proporcional a lo cuadrado de sus dirigentes.
Traducido a román paladino, quiere decir que, si usted es alguien con ideas, creatividad y criterio, lo tiene realmente crudo para evitar ser apartado, defenestrado, marginado, obligado a marcharse o directamente expulsado del partido. Si, además, concurre en usted el agravante de pensar con su propia cabeza, o de tener esa insoportable manía de la honradez a toda costa, los suyo ya es pura provocación.
De esta manera, asistimos a ese grandioso espectáculo de la progresiva selección de los más ineptos, más mediocres y, por supuesto, más adulones. Dado el suficiente tiempo histórico, esa selección contranatura conseguirá que, partiendo de una organización dirigida por homo sapiens, lleguemos a una ejecutiva de trilobites. En plan paleozoico total. En el proceso, seremos dirigidos por presimios. Luego por reptiles –que, haberlos, haylos–. Más tarde nos dominarán los anélidos, o sea, los gusanos –que también, también–. Y así sucesivamente.
Dicho esto, aprovecho para expresar por adelantado, y modestamente, mi agradecimiento por las nominaciones y premios que me van a llover por esta teoría. Dirán ustedes, que nos conocemos, que lo único que me voy a ganar es el odio de los políticos. Bah, no se preocupen: sólo el de aquellos que sepan leer.
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