
“Eche quince centavos en la ranura –cantaba Citarrosa– si quiere ver la vida color de rosa”. Y si esas ideas son inconvenientes, desafectas al poder o al gusto de la mayoría, peor aún. A lo mejor, en esta parte del planeta, ya no te encarcelan por ellas. Pero igual no consigues trabajo. Dejan de saludar a tu mujer. Tus hermanos son despedidos. Tus amigos son sospechosos. O no te publican, o te ningunean.
Y, sin embargo, sigues empeñado en no engañarte, en no abdicar. Aunque sufras el desprecio de los poderosos. O de la mayoría. La tierra sigue siendo redonda, y gira, aunque los “shares” de audiencia digan lo contrario. O aunque unas llamadas telefónicas te borren del mapa.
Desde el punto de vista de los que mandan, es comprensible esa desconfianza por las personas de ideas. Quiero decir que a un tipo sin principios lo tienes contento con un cargo, un sueldo –o sobresueldo– o alguna que otra prebenda, sea esta mayor o menor.
Pero, en cambio, una persona con ideas, con esa malísima costumbre de usar la propia cabeza, puede ser que, encima, tenga algo de valentía o de arrojo. Y entonces, por cualquier bobería a que tú no das la menor importancia, va y te monta un fregado del quince.
No se puede uno fiar de gente así: es como manejar una bomba de relojería. Esto obliga a rodearte de fieles mediocridades. Claro que el problema entonces es que mediocres lo van a ser siempre, pero lo de fieles tampoco está garantizado. Una gran contradicción de este sistema es que necesita que durante la jornada laboral seamos despiertos, analíticos, creativos, con iniciativa. Y que, al volver a lo privado, no pensemos mucho en cómo están las cosas, ni seamos críticos, ni nos cuestionemos nada.
Ya se lo decía Bertolt Brecht a los generales, refiriéndose al ser humano, "tiene un defecto: puede pensar". Ni que decir tiene, ¡oh grandes hermanos, aficionados de primera, queridos votantes!, que ya le están poniendo remedio a la cosa.
John Lennon canta Working Class Hero
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