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jueves, 26 de junio de 2008

Arte poética

"Tenemos el arte para que la ver-dad no nos mate” dice Ray Bradbury. Para cada uno de nosotros, el mundo es demasiado: cuarenta mil niños mueren diariamente de hambre, y para la mayoría de la humanidad siguen repitiéndose eternamente los cuarenta días del diluvio. Las ovejas de las imágenes que nos acribillan cotidianamente son en realidad chacales.

Y por eso necesitamos una herramienta que nos ayude a respirar y haga detonar la sangre; un artificio para afrontar el dominio de la infamia, de los depredadores apostados en tronos de oro, de la calavera con corona de bufón que agita sus cascabeles ante nuestras narices. Para mí, a falta de armas mejores, la poesía es ese instrumento. No para embriagarme en el olvido del mundo, sino para desgarrar sus veladuras, sacudiendo el corazón de los hombres y cauterizando este viejo dolor que una y otra vez vuelve.

Ya sé que sólo agrada quién es feliz. Su voz se escucha con gusto. Es más placentero oír al poeta rimando flores y pajarillos que incendiando el aire mientras escupe patadas verbales. Es desagradable tener que soportarlo cuando enhebra versos sobre limpiadoras dobladas con cuarenta años. Pero cómo hablar de mariposas amarillas que vuelan de rosa en rosa, cuando hacerlo significa callar sobre tantos crímenes.

En mis versos una rima me parecería una insolencia. Combaten en mi interior el entusiasmo por los almendros en flor con la indignación por la estupidez de los mortales, pero sólo esto último me impulsa a escribir.

Desde las laderas de este país colonizado llegué al deslumbramiento de las ciudades, y me enamoré de su bruma de humo y de sus calles de asfalto, de los carteles luminosos y del barullo de sus habitantes, con su directa indiferencia y su espeso latido.

Como Bretch, “me mezclé con los hombres en tiempos de rebeldía, y me rebelé con ellos”. Entre la gente del margen me encuentro, y en el margen se hallan mis poemas. Me han advertido constantemente contra lo inapropiado de mis ideas y mi conducta, contra la imprudencia en que vivo.

Resultando en definitiva que soy incorregible, marcado estoy por los propietarios de estas islas sordomudas perdidas en medio del océano. Pero con Alonso Quesada debo proclamar que “mi alma arde en pura llama roja”. Y en la pira de esa llama les regalo mi alma como desde sus naves repartían los héroes la mola en la hecatombe. Todo no está dicho.


Violeta Parra canta Volver a los diecisiete

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