
Si ustedes han visto el programa, habrán sacado su propia opinión. Me limito a transmitirles mi impresión desde dentro. Percibí al señor Marrero -al que su correligionario de CC hacía de entusiasta, aunque torpe, escudero- como un funcionario gris, especialmente versado en eludir las cuestiones esenciales. Ante las ideas fuertes, él respondía con soliloquios acerca de los buenos deseos de la Consejería. Nunca cuestionaba del todo los argumentos que uno ponía sobre la mesa (salvo el de la relación entre ratios y calidad de la enseñanza), llegando a manifestarse en contra de la subida de sueldos de los parlamentarios autonómicos -como si la cosa no fuera con él-. Su estrategia era la de eludir lo principal y, en todo caso, envolverlo en una niebla lo más espesa posible -como con el asunto de la privatización de las actividades complementarias-.
Lo único que dejó claro es que no quieren poner un duro en homologaciones. El dinero público tiene que ir a otros negocios, claro. Lo demás fue marear la perdiz. Y ni un sólo punto de contacto con la realidad práctica de la enseñanza, de los centros, de l@s alumn@s. Encajó la estopa que se le dió con la indiferencia de quién se siente respaldado no por cosas tan efímeras como la razón, sino por el poder.
Este es el asunto. Detrás de una atildada imagen de burócrata inofensivo, una insensibilidad y una ferocidad implacables. Las de los que sirven al reparto de los dineros públicos en favor de los poderosos.
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