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lunes, 28 de abril de 2008

Amigos

Jean Paul Belmondo expresó en cierta ocasión lo que era un amigo. Alguien a quien puedes llamar a las tres de la madrugada y decirle: "Oye, que me he cargado a un tipo". Y él –o ella– responde: "Voy para allá y te ayudo a deshacerte del cadáver". Así que, bien mirado, un solo amigo ya sería suficiente.

Por eso los pocos amigos compensan una legión de enemigos. Son lo que te esconden cuando estás perseguido. Ante los que no tienes que justificarte. Cuando acudes a ellos, siempre están ahí. Y aunque haga milenios que no los ves, o que ni siquiera los llames por teléfono, no necesitan tus prolijas explicaciones de lo liado que has estado o de tus batallas domésticas. Y vuelves a charlar con ellos como si se acabaran de despedir de ti esa misma mañana.

No te obligan a vivir a su ritmo, ni pegado a sus talones. Incluso no te lo permiten. Les da igual tu dinero, tu empleo, tu cargo, tu estatus. Pero se enfadan si ves que te abandonas. Porque esa sí que es la manera de abandonarlos.

Si cometes equivocaciones, siempre tienen un "no pasa nada" a flor de labios. Incluso te ofrecen soluciones que requieren aún un mayor esfuerzo. Muchas veces no están de acuerdo contigo, y discuten ferozmente cada punto. De vez en cuando te piden un pequeño favor, y parecen avergonzados de tener que molestarte. Y, si no les puedes corresponder, no obstante se ríen. Porque con ellos no tienes que mantener el tipo. Puedes desnudarte, o simplemente no contarles nada. Aunque trabajan por cambiar el mundo, fueron instruidos todavía en el fascismo.

Por eso, si son machos (los pobres), no te besan, ni te dicen palabras cariñosas, pero tu sabes que te quieren, y que los quieres. Todo lo más, de vez en cuando, en un arrebato incontenible de ternura, te sueltan un puñetazo en el hombro que te deja tantaniando. Amigos.

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