Una vez más, nos imponen en Canarias el llamado "horario de verano", un cambio en los relojes que nos aleja de la hora natural. Al carajo los biorritmos y la salud humana. La cosa tiene más delito porque en nuestro país, en el paralelo 28, tal medida no sirve en absoluto para ahorrar energía: lo que se aprovecha de luz con tardes más largas, se desperdicia encendiendo bombillos al levantarnos aún de noche.
El eje de la Tierra no se mantiene perpendicular al plano de la eclíptica, sino que presenta una inclinación de 27 minutos y 30 segundos. Eso provoca la distribución desigual de las horas la luz en las diferentes latitudes del planeta. Cuanto más alejada esté del ecuador y más cerca de uno de los polos terrestres, menos durará el día y más larga será la noche.
Esto que se ve agravado en invierno, esto es, cuando se está en el lado del eje (hemisferio) más alejado del sol y, por lo tanto, disminuye aún más el tiempo que la luz de nuestra estrella baña ese determinado sitio. Tiene cierta lógica, por lo tanto, que en países donde en invierno apenas hay unas pocas horas de luz (hasta llegar a cero en el polo), se adecúe el horario para aprovechar más esa escasa ventana de sol.
En cambio, en el ecuador el día y la noche duran exactamente 12 horas cada uno a lo largo de todo el año. Cuanto más cerca estemos del ecuador, más nos aproximaremos a ese reparto entre luz y oscuridad, y menores serán las diferencias estacionales.
¿Fácil de entender, verdad? Pues a pesar de lo cerca que estamos del ecuador terrestre y de lo inútil de la medida, si la metrópoli cambia el horario, aquí igual. No vayamos a creer que no somos "europeos" y nos dé por pensar.
¿Qué más da que desde el punto de vista científico y práctico sea un disparate el cambio de horario en Canarias? A joderse toca, que aquí se hace lo que digan los blancos.
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