El destino de mi corazón es el ser herido,
una y otra vez, cada instante, hasta el infinito.
¿Qué suplicio puedo temer del averno
si del paraíso sólo percibo ausencia?
En pecado persisto convertir mis acciones futuras
porque amo a los hombres y no a los dioses,
y ya sufro el castigo de la amargura y el desconsuelo
por las faltas innumerables que he cometido o cometeré.
Ninguna riqueza he obtenido del mundo,
ninguna gloria del fluir del tiempo:
soy una tea que arde de la nada a la nada,
sólo una copa rota en un páramo vacío.
Ni rezo ni oculto mis errores:
mi sello se romperá cuando duerma con el Universo.
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