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sábado, 11 de abril de 2015

Karma


La guagua del destino partió de madrugada
y no volverá a pasar en muchos días.
Allá donde naciste hizo su primera parada,
cuando aún no podías leer el trayecto en el ticket.

Recorres desde entonces dos líneas.
Una es la del acero bruñido,
en la que avanzas despreocupado
por el corredor de la muerte.
La otra es la del niño despavorido,
arrastrado de parada en parada,
de terror nocturno en maravilla.

Giran las ruedas. Tu imagen se refleja
en los cristales de los edificios.
Como una sombra o un espejismo
tu vida transita entre señales
y pasos de peatones. Avanzas
mientras el tiempo retrocede fatigado.
Todo son adioses y despedidas.
El camino recorrido adquiere
una memoria plomiza y desvaída.

Con cada latido la ciudad te devora.
Implacable.
Ciega.

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