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sábado, 20 de septiembre de 2014

Pleamar

Naos sumergidas lánguidamente en inciertas orillas,
en un torbellino oceánico de lentas olas persistentes,
una llama blanca, una torre de humo,
el horizonte violentado.

Plomizo el viento azul cargado de agua y de salitre,
salada la proa, salada la brisa, saladas las cosas,
salada la sal en chimeneas de espuma,
en maderas podridas, en barcos hundidos
dentro de barcos que se hunden.


Un ave sola en un espacio sin perfil, abandonado,
en una geografía gris y sin tregua,
desencadenada sobre nuestro corazón
como una costa solitaria y sombría.


Alguien vendrá a estas islas como sombras de un naufragio,
y soplará en las velas rojas de la sangre, con furia,
con un bramido húmedo y feroz de sal y de lluvia.


No es nada la costa, nada la extensa playa dormida,
sólo la espera del mar cargado de tiempo,
de ballenas arponeadas, de medusas,
de esperanzas carcomidas;


sólo la arena de una república que nunca llega,
cercada por el océano como un muro terrible de gelatina.


Y el mar turbio meciéndose en los huesos.


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