Sé que molesto. A estas alturas la cosa no tiene remedio. Molestan las cosas que digo. Molesta que en apriencia no tenga miedo de decirlas. Soy incómodo para los que se han habituado al adocenamiento y no quieren sentir ningun escozor en la delicada piel que recubre sus glúteos. Un comunista en el culo, o sea. Apelo a su sentido del equilibrio: al fin y al cabo, sigo pagando un precio por ello. Y mi familia. Pero resulta, oh Fabio, que conocer ese precio -y mi aperente desprecio por ese coste- también resulta incómodo. Pero algunos, en cambio, me hacen saber que se sienten a sus anchas en mis palabras, como quién encuentra un verdadero hogar para su incomodidad ante el mundo. La confortabilidad de unas zapatillas viejas. Váyase lo uno por lo otro.
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Hace 6 horas
1 comentario:
Siga usted molestando, don Teodoro, y siga diciendo las cosas que dice, que muchos se lo agradecemos
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