De la marcha del reloj.
Del minuto que falta.
En medio del murmullo desocupado
de las siete de la tarde
y ese tono especial que invade
el bar de Magisterio,
soy solo un hombre pendiente de una puerta.
Como un idiota tengo miedo a que esta vez no venga.
Pero de un momento a otro,
quizás antes de terminar de escribir,
va a llegar,
va a aparecer por esa puerta,
va a besarme
y abrazarme
y llenarme los oscuros recodos del corazón hasta estallar.
A mis años,
ya se ve,
soy solo un hombre pendiente de una puerta.
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