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sábado, 28 de junio de 2014

A contracorriente

Nada hay más fácil que dejarse llevar por la corriente, acompasarse al rebaño pastoreado por la televisión, no meterse en problemas, decir y hacer lo que se espera de nosotros, seguir la moda. Es el sentido común de la sociedad burguesa, aquello en lo que nos han adoctrinado toda la vida, lo inevitable, lo “correcto”.

Seguir a la manada es la pulsión. La mayoría cumple con los requisitos de tal condición animal, limitando su existencia al trabajo alienado -si lo encuentran-, a reproducirse y a evadirse con toda clase de drogas, legales o no -alcohol, fútbol, religión-.

Estar contracorriente, someter a la crítica todo lo existente -justo lo que nos hace verdaderamente humanos- es muy difícil. Mirar a la realidad a los ojos es muy duro. Sólo acarrea problemas. Exclusión del rebaño. Sufrimiento para el díscolo. Para su familia.

Cuestionar las verdades aceptadas es herejía. Atreverse a levantar la voz para decir lo que para otros es impensable es demagogia, anarquía. Y hasta “terrorismo”, porque nada hay más terrorífico para los poseídos por sus cómodas existencias que enfrentarlos a la incertidumbre, a la razón, a la duda metódica.

¿Qué importa la verdad a los que tratan de vivir satisfechos con sus vidas de esclavos? Sólo pueden considerar gente malvada a la que quiere sacarles de su hozar en el chiquero del capitalismo. A quienes encima explican que no va a ser cosa fácil. Que no basta con votar o refunfuñar. Que hay que mover el culo. Que lo que no consigamos por nosotros mismos, no lo conseguiremos.

La historia está llena de tipos así. Individuos que se salen de la masa. Aquellos a los que no convencía que la Tierra fuera plana. O que los dioses en persona hubieran dado su placet a los monarcas. O, simplemente, no se sometían al dictado de ningún “macho alfa”, fuera rey, papa o tribuno. Los que decían las verdades que los adocenados no querían oír.

Nosotros, que queremos un mundo en el que los seres humanos no seamos rebaños guiados por lobos, quienes pretendemos que la humanidad avance cada vez más lejos del légamo animal, no podemos dejarnos arrastrar por lo “políticamente conveniente”, por la última moda, por la resignación.

Es cierto que cualquier nueva sociedad hay que construirla con hombres de la vieja sociedad, y que el “hombre nuevo” no aparecerá hasta que no cambie el régimen y sus condiciones materiales. Pero también en la ciénaga del presente hay auténticos seres humanos plenos. Exiliados en este presente, caminan entre nosotros, piensan, actúan.

Tú que no quieres problemas, no los desprecies. Son los que pelean porque tengas trabajo, por tu salario, por la educación de tus hijos. Y aunque tú no, ellos sí están dispuestos a sufrir desprecio, represión, cárcel, con tal de sacarnos de esta miserable prehistoria.

Son las mujeres y los hombres del futuro. O sea.

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