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domingo, 21 de marzo de 2010

Rebelión a bordo

Hemos sido condenados
a remar en la galera de los miserables,
los que no cuentan,
aquellos que no merecen ser contados.

Envejecen nuestros corazones
al ritmo sordo de las palas.
No hay otra nave para nosotros.
Defendamos al capitán:
éste es el mejor de los buques posible.

Se acelera el batir del tambor:
hay que interceptar a los bárbaros del Sur,
los ilotas que cruzan el océano,
los que pueden vernos
y transformar nuestras vidas para siempre.

Que no nos confundan con ellos.
Son miserables de inferior categoría:
que nadie nos vea mendigar juntos.

Pero en lo hondo de la sentina
y en los alrededores del castillo de popa
comienza a extenderse un rumor sordo.

El armador se siente incómodo.
El capitán se dirige a nosotros.
¡Rememos, rememos!
¡El bienestar del navío está en peligro!
¡Rememos, rememos!
¡Estos piratas quieren apoderarse
de la galera que es de todos!
¡Tambor, más ritmo!

Pero ya no remamos.
Ahora miramos.
Nos reconocemos.
Empuño la daga que me ha pasado
el hombre de mi izquierda.
Esta vez la sangre correrá por la cubierta.

Se ha dado la orden de asesinar al miedo.

(De Diario íntimo de una bomba a punto de estallar)

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