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miércoles, 25 de noviembre de 2009

Caimán (I)

Miguel Alonso apaga somnoliento ese maldito pitido del despertador que suena y suena y suena al llegar las siete. Enciende la lámpara, después la radio, fija la mirada turbia, se incorpora. La boca pastosa, arcadas, tos. El tabaco, que le vamos a hacer, no hay forma de estar una temporada relajado para poder dejarlo. Tan temprano y ya se nota que va a ser otro de esos días de bochorno y el sudor pegado a la piel. Abre el cajón de la mesilla y coge dos termalgines que traga en seco. Enciende un cigarro, se restrega los párpados, estas mañanas duras, con el día indeciso, y menos mal que por ahora tengo trabajo, mira Javier lo lejos que ha ido a parar, con un contrato de finalización de obra, claro que son cuatro críos los que tiene, y no hay más tutía.

Vestirse, como siempre a tropezones, mojarse la cara, morder algo, las llaves, se me quedaban las llaves y ya llego tarde otra vez y la bronca. Baja las escaleras mientras empieza a percibir lo que queda atrás: platos sucios, cucharas y cosas innombrables en el fregadero, se me ha vuelto a olvidar bajar la basura. No es que me guste la casa, pero tampoco la quiero tan abandonada.

Tiempo, necesito tiempo, podría ser el lema, coño, si tuviera más tiempo y una casa en condiciones, si claro, y un sueldo decente y un tío rico en la Habana.

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