Bien mirado, el problema de la mayoría de ustedes es la simpatía. La que ponen en el bando menos apropiado, quiero decir. Entre Robin Hood y el sheriff de Nottingham, no se les ocurre otra cosa que ponerse del lado de Robin. Cuando Guillermo Tell se negó a inclinarse ante el sombrero del duque Gessler, ustedes (o gente como ustedes) se ponían de parte del arquero suizo.
En el levantamiento del 2 de mayo en Madrid, seguro que los hubiese encontrado entre los insurrectos frente a las muy democráticas tropas de Napoleón Bonaparte. En la Italia del siglo XIX estarían con Giusseppe Garibaldi y sus "camisas rojas", en vez de respaldando a las autoridades austriacas o al rey Francisco II de Nápoles. Cuando el gobierno de Thiers se rindió a los prusianos, ustedes estarían alzados con la Comuna de París, aunque después el mismo Thiers masacrara a los comuneros.
Es una incontenible compulsión de ponerse de parte de las víctimas frente a los verdugos. De parte de los torturados frente a los torturadores. Con las mujeres apalizadas frente a los maltratadores. Con los oprimidos frente a los potentados. Con la democracia de la II República española frente a los golpistas.
Aún más: frente a la poderosa maquinaria bélica nazi, que dominaba Europa, ustedes venga a apoyar a la Resistencia. Pero también a los independentistas argelinos frente a los paracaidistas franceses. O a los patriotas indios frente a la corona inglesa. A los vietnamitas que luchaban por echar a los ocupantes usamericanos y su gobierno títere. A la inmensa humanidad pobre, frente a las multinacionales y el FMI.
Una enfermedad histórica, ya ven. El contagio hizo que algunos de ustedes estuviesen contra la feroz dictadura franquista y a favor de la libertad. Seguro, incluso, que ahora mismo simpatizan con los resistentes irakíes, en vez de hacerlo con los invasores que asolan su país. Con la insurgencia afgana, y contra los genocidas que bombardean las aldeas. Contra esa OTAN asesina de mujeres y de niños, Zapatero.
Ya les digo: no tenemos remedio.
En el levantamiento del 2 de mayo en Madrid, seguro que los hubiese encontrado entre los insurrectos frente a las muy democráticas tropas de Napoleón Bonaparte. En la Italia del siglo XIX estarían con Giusseppe Garibaldi y sus "camisas rojas", en vez de respaldando a las autoridades austriacas o al rey Francisco II de Nápoles. Cuando el gobierno de Thiers se rindió a los prusianos, ustedes estarían alzados con la Comuna de París, aunque después el mismo Thiers masacrara a los comuneros.
Es una incontenible compulsión de ponerse de parte de las víctimas frente a los verdugos. De parte de los torturados frente a los torturadores. Con las mujeres apalizadas frente a los maltratadores. Con los oprimidos frente a los potentados. Con la democracia de la II República española frente a los golpistas.
Aún más: frente a la poderosa maquinaria bélica nazi, que dominaba Europa, ustedes venga a apoyar a la Resistencia. Pero también a los independentistas argelinos frente a los paracaidistas franceses. O a los patriotas indios frente a la corona inglesa. A los vietnamitas que luchaban por echar a los ocupantes usamericanos y su gobierno títere. A la inmensa humanidad pobre, frente a las multinacionales y el FMI.
Una enfermedad histórica, ya ven. El contagio hizo que algunos de ustedes estuviesen contra la feroz dictadura franquista y a favor de la libertad. Seguro, incluso, que ahora mismo simpatizan con los resistentes irakíes, en vez de hacerlo con los invasores que asolan su país. Con la insurgencia afgana, y contra los genocidas que bombardean las aldeas. Contra esa OTAN asesina de mujeres y de niños, Zapatero.
Ya les digo: no tenemos remedio.
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