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miércoles, 4 de marzo de 2009

Liubomir Levchev

Conocí a Liubomir Levchev en mayo de 1998. Mantuvimos una conversación de alrededor de una hora en un inglés macarrónico que ni el ni yo manejábamos bien, plagado muchos gestos y una cierta complicidad. Cuando nos despedimos me dijo en castellano: "Adiós, camarada". Con el tiempo perdí la correspondencia y el contacto con este hombre tallado en piedra, antiguo ministro de Cultura de la Bulgaria socialista. Aún lo recuerdo, espero que aún me recuerde. Este es uno de sus poemas:

NAVIDAD

Llegó la muerte en Navidades
hacia las dos y media de la noche.
Con celeste gañido furibundo
le saludó mi perro sentenciado.
Y corriendo acudí descalzo y agotado los miré,
él y ella oscurecidos,
las dos sombras con dientes luminosos.

hace trece años,
con lazo rojo al cuello,
cuando empezaba a ver y a caminar,
me lamió esta bestia, llamada Fidelidad.
En vano la nombramos Gay,
para que nunca fuera César
como la mayoría de los perros.
Nadie aún ha podido traspasar su propio destino
hasta después del nacimiento.

Lo desacostumbramos a orinar
en mis zapatos, y lo acostumbramos
a alimentarse con nuestra comida.
Siguiendo la costumbre de los dominicanos,
lo que es para el dueño, también es para el perro.

Desde hace tanto tiempo comemos veneno.
Gay se comió mi cena.
Ya es inútil rezar -¡Perdónale, Muerte!-
porque él sabía lo que hacía.

Primero se murieron lentamente sus piernas
y cayó.
Y me fué contemplando con sus grandes ojos
caninos y habladores:
¡No te marches, y mírame hasta el fin!...
Y rugió fuertemente. Y de nuevo mordió la oscuridad.
Al final todo parecía
un corazón arrancado
que latiera tirado por el suelo.

Permanecí a su lado y retuve en mis manos
su hocico moribundo.
La espuma se enfrió y dejó de temblar.
Hubo que abrir entonces
la puerta del balcón,
como quiso el poeta...

A las nueve la niebla se aclaraba.
Al álamo podrido pájaros carpinteros lo golpean.
como si estuvieran clavando un ataúd.
Y Gay
acostado y envuelto
en el hule sacado de la mesa.
Como si lo bajasen de la cruz,
igual que la Piedad.
Yo y mi pintora, sin experiencia alguna,
excavamos la tumba. En este mundo abrupto
apenas encontramos una pala derecha.
Desde las mismas raíces la tierra se fragmenta.
Una llave herrumbrenta hallo en el fondo.
Para que abriera el cielo la arrojé.
Y el perro...
Y a la Fidelidad
con las últimas fuerzas la empujamos
hacia la cerradura fangosa de la inexistencia.

Desde casas vecinas
a través de cortinas se vislumbran
ojos de vigilancia.
Se informará que algunas personas sospechosas
ocultan un cadáver o un tesoro.
Lo excavarán.Y ¡qué importan lo que hagan!
Si ese es el destino
de todo faraón, líder o César
y de los caballeros de la fidelidad...

Llueve granizo. Lágrimas heladas
de ángeles perrunos. Ojalá
se amontone y su túmulo recubra,
camuflado con ramas como cueva de lobos.
El perro de los dioses es el lobo.
El lobo, el perro fiel del dueño muerto.
O quizás sea el hombre un dios con perro muerto.

Ya se acaba la fiesta de abetos encendidos,
con regalos y pérfidos perdones...
También en Navidad llega ese instante,
cuando los solitarios pasean sus perros
por alamedas escondidas,
los olvidados nunca olvidan la bondad,
los oprimidos ofrecen libertad...

Y yo paso a través del cementerio de las amistades.
Paseo solamente con un alma de perro.
Ella corre veloz, muy conmovida.
Olfatea los arbustos.
pero no puede dejar su marca.
Vuelve hacia mí, tampoco puede lamerme.
Y yo ya no sé
como acariciarla...

Desde la plaza viene una manifestación nocturna.
Deprisa se encaminan a la televisión,
vociferan y claman:
"¡Abajo el gobierno!"
"¡Abajo el BKP(*)!"
"¡Muerte a los poetas que escriben sobre las almas de los perros!"

"¡Muerte!"
"¡Muerte!"
"¡Muerte!"
¡RES NON VERBA!


(*) BKP, Partido Comunista Búlgaro.

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