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sábado, 6 de septiembre de 2008

La calumnia

Aprovechando esa manía mía de no contestar a los insultos, y amparados en el anonimato de los foros, hay quienes se han dedicado a inventar las más inverosímiles calumnias y a atribuirme actitudes y actividades que, como cualquiera que se informe minimamente puede comprobar, son simplemente imposibles.

Es lo que tiene la calumnia: basta con ponerla en circulación para que haya oídos interesados en convertirla en certeza. "Calumnia, que algo queda", reza el dicho. Y ahora vaya usted a explicarle a las almas cándidas los entresijos de tal o cual historia, con detalles y circunstancias que ni conoce ni quiere conocer.

Es el precio por usar la propia cabeza y actuar con coherencia con las ideas que uno sostiene. Afortunadamente, las calumnias al uso son tan burdas que solo quedan para la credulidad de las mentes adocenadas en ambientes sectarios.

Pero ya que estamos, tengo dos cositas que aclarar. Por un lado, es cierto que no tengo coartada para el asesinato de Kennedy. Y por otro, tengo la coartada perfecta para lo de 1898: no había nacido.


Louis Armstrong interpreta When The Saints Go Marching In




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